Los antimicrobianos son una herramienta fundamental para una producción eficiente, sostenible y rentable desde un punto de vista económico; sin embargo su uso debe restringirse a lo estrictamente necesario.
Su descubrimiento supuso un hito en la historia de la medicina, revolucionando la forma de tratar las infecciones bacterianas y contribuyendo significativamente a la reducción de la mortalidad y morbilidad asociadas a las enfermedades infecciosas. No obstante, últimamente nos enfrentamos a un grave problema: el uso inadecuado de antimicrobianos en los últimos años, tanto en medicina humana como en medicina veterinaria, ha acelerado la aparición, selección y propagación de bacterias resistentes a antibióticos. Esta situación ha alcanzado tal magnitud que, en la actualidad, es una de las principales preocupaciones en materia de salud pública, ya que la capacidad de estos microorganismos para desarrollar resistencias reduce las opciones de tratamiento para determinadas enfermedades infecciosas.
Al prescribir un tratamiento antibiótico, se deben considerar numerosos factores, incluyendo los principios de la terapia antimicrobiana, que se basan en un triángulo terapéutico compuesto por la bacteria responsable de la infección, el animal enfermo y el fármaco utilizado para tratar la infección (Fraile 2013; Antimicrobial therapy in swine).
Es importante destacar que los antibióticos no solo actúan sobre las bacterias causantes de la enfermedad tratada, sino también sobre las bacterias presentes en el animal en ese momento. Esto conduce a una selección gradual de la población bacteriana, ya que sobreviven las bacterias capaces de crecer en presencia de las cantidades de antibióticos presentes en su entorno, permitiendo la selección de aquellas que disponen de mecanismos de resistencia.
Las infecciones causadas por organismos resistentes suponen una gran amenaza, por lo que diferentes organismos internacionales, como la Organización Mundial de la Salud y la Organización Mundial de Sanidad Animal, han lanzado iniciativas para regular la comercialización y el uso de diversos productos antimicrobianos. En caso de necesitar su uso, el objetivo es hacerlo con criterio y prudencia para limitar la aparición de resistencias.
Ante un proceso patológico, el veterinario dispone de una serie de herramientas que le permiten ejercer su profesión de forma responsable y eficaz. Se parte de un buen diagnóstico basado en la anamnesis y el examen clínico, así como la realización de necropsias que ayuden a confirmar el diagnóstico y permitan la toma de muestras representativas del proceso. Esta recogida debe hacerse en condiciones óptimas y las muestras deben enviarse a un laboratorio para aislar e identificar el patógeno causante del problema, así como para realizar un antibiograma que indique frente a qué antibióticos es sensible, resistente o presenta una sensibilidad intermedia.
Con esta información, se puede elegir el antibiótico más adecuado para el tratamiento, siempre respetando las indicaciones de la ficha técnica, el grupo farmacológico al que pertenece, el grupo específico de animales que se va a tratar, la dosificación, los días de tratamiento y los días de espera.
En los últimos años, se ha demostrado que no basta con solucionar un problema cuando se presenta, sino que es necesario trabajar desde la prevención y la mejora del sistema para evitar su aparición. Para lograrlo, hay que implementar estrategias multifactoriales que aborden todos los puntos implicados en la aparición de un proceso, desde la revisión de protocolos de bioseguridad externos (para reducir el riesgo de introducción de una enfermedad en una granja) e internos (para reducir el riesgo de diseminación), mediante auditorías que detecten puntos críticos para corregir y reforzar fallos; y la revisión de protocolos de desinfección, desratización y desinsectación (DDD) para disminuir la presión de infección de determinados patógenos mediante una correcta limpieza y desinfección de las instalaciones.
También es crucial revisar los protocolos de trabajo para asegurar que todo se realiza correctamente y garantizar que todos los trabajadores implicados tienen la formación necesaria para minimizar la aparición de los problemas. Es fundamental trabajar en el refuerzo inmunitario de los animales, ya que el continuo movimiento y convivencia con patógenos de todo tipo representan un desafío constante para su salud. Conseguir una buena inmunidad es clave para reducir el uso de antibióticos. Para ello, es importante seguir protocolos específicos de vacunación, adaptados a las necesidades de cada explotación.
Otra herramienta para reducir los antimicrobianos consiste en emplear productos como ácidos orgánicos, aceites esenciales y enzimas, que, además de mejorar la digestibilidad, tienen efectos positivos en el control de las enfermedades.
Nos enfrentamos a un desafío importante en el que todos los implicados, desde los veterinarios hasta la administración y los ganaderos, debemos contribuir para conseguir lograr un uso responsable de los antibióticos en la producción animal. Es necesario conocer y utilizar de forma correcta todas las herramientas disponibles, y trabajar de forma lógica y ordenada para reducir significativamente el uso de los antimicrobianos mediante terapias preventivas. Así, se puede garantizar que su uso se justifique únicamente cuando es necesario y siempre tras un diagnóstico adecuado y una prescripción veterinaria previa.